Bar Rayuela. Sevilla.
Con treinta minutos de retraso–debido a la imposibilidad de aparcar en la calle, donde por otro lado es palmaria la carencia de aparcamientos públicos- comenzaron el recital Sara y Benjamín. Por mi parte seguía perdido en las calles estrechas del casco antiguo sevillano buscando un lugar donde aparcar. Tras dejar el coche en una esquina, mitad sobre la acera mitad sobre un paso peatonal (lo siento pero el coche no me cabía en la mochila y di vueltas a la zona durante más de treinta minutos), la zona estaba en obras y el mal que podría ocasionar mi impropio estacionado vehículo era mínimo, la amenaza en todo caso era para mí economía si la grúa municipal hubiera pasado por allí en ese momento.
Corrí durante unos diez minutos por la zona en obras, sorteando alguna que otra valla antes de encarrilar la estrecha y larguísima calle Feria, justo por los números del final. Tras recorrerla casi en toda su longitud, arribo por fin al bar, angosto y hondo, estaba hasta los topes de gente. Por encima de las cabezas miro al fondo donde una chica está leyendo uno de los poemas seleccionados por Sara. La gente permanece en silencio y sobre la voz de la leyente, justo a mi derecha, percibo unos acordes aflamencados que dibujan en el ambiente un toque de exclusividad, privativo de otros tiempos. Era Ramón, sentado justo a la entrada del bar. Posteriormente me confiesa que hacía tiempo que no tenía una guitarra en las manos. Que es concertista flamenco y que por avatares de la vida, de la injusta vida, estaba pasando una mala racha que ya duraba demasiado tiempo. La guitarra de Ramón estaba rota, como él herida, con una enorme brecha en el cuerpo, en el costado derecho de la caja de resonancia; los acordes, las falsetas sonaban, a pesar de las heridas, transparentes desde los ágiles dedos del artista.
Lyric Storm
A cada uno de los presentes se les entregó un papelito con un logo especial para este día: un corazón en espiral, tal vez nacido del deseo de que la violencia que acaece en tantas partes del mundo transfiera hacia una curva ascendente en la paz, y que por encima de intereses, razas y religiones, prevalezca la convivencia entre las personas que a fin de todo es lo único que de verdad importa. Logro llegar al fondo, Benjamín me apremia, Sara me pasa un papelito con un poema del poeta palestino Mahmud Darwich (¡qué gran honor, gracias amiga!) que logro leer casi a voz en grito para hacerme oír en la concurrida estancia. La guitarra, en las manos de Ramón, continúa llenando el aire con sus arpegios rotos. Lee Ana Villalobos. Alguien del público grita emocionado. Continúa Sara. Le toca el turno a Benjamín,… el local es una espiral de poesía, no hay lugar para la tregua, la gente sigue callada de pie y sentada en las mesas, tras la barra los camareros también permanecen en silencio…la poesía es dueña, ordena con su grito y se suceden los versos y los poemas. Ahora es Sara quien me apremia pasándome un poema de esta gran dama de la poesía palestina, la inmortal Fadwa Tuqán, otro gran honor que me confiere: “Sólo quiero estar en el seno de mi patria / Siendo tierra / Hierba / O flor”.
Sara recoge los papelitos entregados. Cada papelito un verso. Los coloca aleatoriamente sobre una cartulina grande. Cuando todo parece estar dicho, surge Lyric Storm. Poesía inmersa en la vida, respirando los instantes. intentando que la voz de todos sea verso, en esta ocasión versos contra la barbarie y a favor de la vida, la paz y el entendimiento entre las personas.
Son las veintidós treinta. Salimos a la calle. Comienza a chispear. Nos despedimos. El coche continúa mal estacionado pero continúa donde lo dejé. Pongo el GPS, destino casa. Arrecia la lluvia. En la radio suena el Fito Cabrales: “”Raro!! .... no digo diferente digo raro!! ya no sé si el mundo está al revés o soy yo el que está cabeza abajo”.
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